Al borde del precipicio de un nuevo orden global, Estados Unidos enfrenta un desafío enorme. La creciente destreza nuclear de China , junto con el poderío establecido de Rusia, presenta una prueba sin precedentes.
Por primera vez, Estados Unidos enfrenta la realidad de dos rivales con energía nuclear y ambiciones lo suficientemente potentes como para desafiar el status quo internacional.
Navegando por aguas desconocidas
Los precedentes históricos proporcionan poco consuelo. Si bien las tensiones de la Guerra Fría eran palpables, el panorama actual es completamente distinto. Estamos hablando de un Estados Unidos que, a pesar de su colosal maquinaria militar, parece insuficientemente equipado para hacer frente a esta doble amenaza.
Las ideas de una reciente Comisión del Congreso subrayan esto y pintan un panorama funesto de una nación “mal preparada” para lo que se avecina.
Es esencial apreciar la gravedad de la situación. El rápido aumento de las capacidades nucleares de China ha tomado a muchos por sorpresa.
Las proyecciones pintan un escenario alarmante: a mediados de esta década, China podría potencialmente igualar el arsenal nuclear de Estados Unidos y Rusia, como se describe en el tratado de control de armas New Start.
Y ni siquiera profundicemos en las implicaciones de los avances de China en la tecnología de misiles hipersónicos, que provocaron ondas de choque en todo el mundo en 2021.
Más que solo números
Abordar esta crisis inminente no se trata simplemente de ampliar el inventario nuclear de Estados Unidos. Se trata de recalibrar estrategias y aceptar algunas verdades duras.
Por ejemplo, centrarse en el creciente número de objetivos nucleares en China y reconocer la amenaza potencial que representan los misiles de largo alcance de Beijing para suelo estadounidense. No se trata sólo de tener armas; se trata de cómo, cuándo y dónde podrían usarse.
La Comisión del Congreso, dirigida por expertos como Madelyn Creedon y Jon Kyl, sugiere múltiples cursos de acción.
Las recomendaciones de la comisión abarcan desde aumentar el número de bombarderos estratégicos B-21 hasta considerar fuerzas nucleares en el teatro de operaciones en la región de Asia y el Pacífico. Pero aquí reside un peligro potencial. Lanzarse de cabeza a una carrera armamentista fácilmente podría resultar contraproducente.
Si bien es indudable que Estados Unidos necesita modernizar sus activos nucleares y desarrollar contramedidas contra amenazas emergentes como los misiles hipersónicos, hay más en juego.
Lanzarse a una expansión desenfrenada podría aumentar las tensiones y desestabilizar aún más un panorama geopolítico ya volátil.
¿A dónde vamos desde aquí?
Estados Unidos necesita lograr un delicado equilibrio. Por un lado, es innegable que reforzar las capacidades de defensa es esencial.
Las inversiones en defensa antimisiles, especialmente en sistemas diseñados para contrarrestar acciones coercitivas de rivales, son cruciales. Por otro lado, es vital abordar esta tarea con cautela y previsión.
Simplemente inyectar fondos para el desarrollo y despliegue de armas podría ser una solución fácil, pero es miope. Es esencial pensar en el panorama más amplio, considerando no sólo las amenazas inmediatas sino también las posibles consecuencias de cada acción.
En conclusión, Estados Unidos se encuentra en una encrucijada. Si bien nos enfrentamos a dos desafíos nucleares, el camino a seguir no se trata sólo de fuerza bruta. Se trata de estrategia, diplomacia y reconocimiento de la intrincada red de relaciones internacionales.
Buscar peleas sin una estrategia clara e integral es un juego que Estados Unidos no puede darse el lujo de perder. Y como ha demostrado la historia, en guerras de tal magnitud no hay ganadores, sólo supervivientes.